En esta escena de Sueños de libertad, Marta enfrenta a Pelayo con una sinceridad cargada de dolor. Ella le comunica que necesita apartarse de la fábrica temporalmente para poder recuperar fuerzas emocionales y reencontrarse consigo misma. Marta está viviendo un duelo profundo, marcado por la ausencia de Fina, y considera que seguir con el ritmo habitual solo empeoraría su estado. Pelayo, sin embargo, reacciona con frialdad, acusándola de dejarse arrastrar por la melancolía, como si los sentimientos fueran un signo de debilidad.

Marta, herida por esa falta de comprensión, responde con firmeza: exige que le permitan hacer lo que ella crea mejor para su propia vida. Su reproche es contundente: pasó de un padre obsesionado únicamente con la empresa a un marido cuya prioridad absoluta es la política. Ese paralelismo muestra cómo Marta siente que sus necesidades emocionales siempre quedan relegadas.
El golpe más certero llega cuando Marta, con elegancia y seguridad, le suelta que le importa muy poco si se convierte en gobernador civil, porque ella tiene asuntos mucho más relevantes en este momento: su salud emocional y su duelo. Pelayo, incapaz de mostrar empatía, recurre al alcohol, demostrando su debilidad interior y su desconexión afectiva.